Capítulo 5.- La nieve, el frío, la noche a las 4 de la tarde y la animación masiva

Windows Vista informa: 15ºC en Cuenca, 9ºC en Madrid y 5ºC en Göttingen. Y aunque parezca mentira hoy es el día más veraniego de este otoño-invierno alemán que llegó con toda su furia de nieves y hielos hace dos o tres semanas y creía aquí perpetuo por los siglos de los siglos.
Hablar del tiempo, como en un ascensor subiendo a un 6º piso con tu vecino el que no te da otro tema de conversación, puede sonar intrascendente; pero no a aquí en el norte.
En efecto, los cuerpecillos se hacen a todo. Hacía ya un tiempo que no conocíamos las temperaturas positivas y casi podíamos osar salir afuera en mangas de camisa. Todos nos asustamos cuando vimos que venían los -11ºC con su sensación térmica de -17ºC. Creímos que seríamos carne ultracongelada, alimento los unos de los otros en caso de quedarnos sin latas de conserva o sopas de sobre. Terror en las calles heladas de Göttham.
Iba yo feliz y contento, surcando las calles oscuras de Göttham tras comprar reservas  en REWE™, con la cesta de la bici llena cuando de repente noté un escalofrío que iba desde la punta de mi nariz hasta mis entrañas. Y luego otro en la mano, y otro en la cara. Y levanté la mirada, estaba nevando, de repente estaba nevando en silencio, y mucho. Nunca había visto nevar así. Nevaba organizado. No había viento, nada; el mínimo movimiento dejaba un rastro de lo que había pasado. La nieve caía en perfecto vertical. No caía, flotaba en vertical mientras las calles iban cambiando sus colores por el blanco nuclear más brillante. Los bordillos se suavizaban bajo la nieve, blanda, esponjosa y crujiente al pasar.

Obviamente la mayoría de la gente buceó en su armario para desenpolvar sus más aislantes ropajes. La calle empezó a parecer un tétrico anuncio de The North Face™ con toda la gente llevando un logotipo similar. Abultados abrigos, pelos en la capucha, jerseys impermeables para perros caminaban por encima de la nieve recién cuajada. Las mujercillas camuflaban su look pelo perfecto con amplios gorros de lana, caídos por detrás. Los hombrecillos calzaban botas diseñadas para cazar ciervos en la taiga canadiense, recubiertas de Goretex para dar seguridad invernal. Gorros con orejeras estilo Kremlin, impermeables que cubren el manillar de la bicicleta, pantalones de plástico, esquijamas y muchas más invenciones para sobrellevar el invierno. Estos alemanes se lo saben todo.
A mí me pilló de sorpresa. Aún estoy por encontrar una funda para proteger mis riñones de la adversidad. Pero ahora es cuando el señor Wolfskin hace su agosto, y nada sienta peor que gastarse 200€ de golpe estando en el extranjero. Porque claro, ¿quién coño se pone a pensar en comprarse un horno-abrigo cuando estamos a 40ºc a la sombra? desde luego yo, ni miro las ofertas previendo mi congelación. Me fundo como Mon Cherí con el calor del verano y sólo me concentro en mantener mi agua corporal en el interior sin hervir ni explotar.

Todas estas capas ayudan, pero lo más importante es el efecto placebo. ¿A qué me refiero? a usar otros compuestos para engañar al cerebro. Nada mejor que un humeante Glühwein en el Weihnachtsmarkt para paliar los vientos congelados. Después de tres vasitos el mundo parece diferente, las luces se traban, la temperatura no importa, la expresión facial se torna en una onomatopeya de la duquesa de alba... el mundo es más bonito con Glühwein. Eso sí, no sueltes tu vaso o perderás el pfand de cada día. Y no te hagas el remolón, si se enfría sabe a simple sangría de garrafa y pierde la gracia. 
Múltiples son las maneras de combinar este caldo para provocar un efecto placebo aún mayor: con ron, con azúcar...al gusto del consumidor y del grado de alcoholemia que quiera alcanzar. 
La gente se anima con el frío aquí. Pueden pasar dos cosas: o que todos se pongan muy contentos por eso de la nieve, qué bonito y tal; o que todos se pongan muy pedo antes de cruzar la línea que separa su casa de la fría calle. En muchas ocasiones pasa lo segundo, pero no está tan mal. La llegada del frío une a todo este pueblo en una comunión alcohólica y armónica de la que da gusto participar. Bacanales repletas de gente allá por donde vayas aunque el cielo se congele y nieve hielo, nada importa si se tiene a mano unos bebibles potentes, un sitio con música y unos colegas. Nada de "pffff... qué mal tiempo hace, me quedo en casa en pijama", eso aquí no vale. El mal tiempo es su forma de vida y lo viven a tope. 
Para participar de esa manera de existir  tienes que desplazarte. En bici, sí.
La pobrecica mía no está para muchos trotes, pero no me queda otra que arriesgar su vida, y con ella la mía sobre sus lomos. Puedes esforzarte en seguir las huellas de los coches sobre la nieve, puedes concentrarte al máximo en la velocidad y los ángulos de giro; pero no importa, siempre habrá un pequeño montículo, una placa de hielo, un bache oculto u otros ciclistas temerarios que harán que muerdas el polvo blanco. La mínima irregularidad hace que la rueda delantera cambie su posición respecto al eje del manillar y me la pegue. Los bordillos deben ser atacados estrictamente a 90º, nada de 80 o 75. De otra manera, hostión.

Por último, hablemos de la noche perpetua. Nos hemos acostumbrado ya a vivir sin la luz del Sol. Cada día atardece a las 4.00-4.30 y ya nada es asombroso. Pero los primeros días tras el cambio de hora era como una broma pesada. Los días son cortos, las noches, muy largas y más cuando hablamos de fin de semana, alegre y divertido. Esto no influye en la temperatura. En España acostumbramos a ver cómo refrescan las noches, cómo se hielan las calles en invierno; aquí la temperatura es prácticamente la misma, y más los días que hace mucho frío. Miras al Sol a la cara y piensas "¿eres real o te han pintado ahí?". No calienta, no pellizca ni siquiera, es como el mediodía en un paisaje marciano. Pero con olor a Bratwürst. Y parkings para bicicletas.

Y debido a que hoy es un día primaveral aquí, y que la nieve se está fundiendo (vuelve a haber hierba detrás de la ventana) me voy a celebrarlo con más energía del sábado noche, como si ayer no hubiéramos tenido suficiente. 
Hágase su volundad, señores.  Que ya llega la Navidad con toda su pegajosidad azucarada en forma de mazapanes y turrón, y de demasiada familia y protocolos. Improvisen antes de esos días que ya tienen el guión escrito. 
Disfruten del invierno, disfruten de que hace mal tiempo y déjense llevar.
Un saludo desde la resaca en Albrecht-Thaer-Weg.