Season Finale.- Saltar del tren

Por casualidad, o porque los amigos de blogger no paran de acribillarme cada vez que abro la página principal, me he visto otra vez dentro de este sitio delante de una pantalla blanca de creación de entradas. Ya que estaba he releído la última y no quería que este... diario no, cuaderno de notas tampoco... que este experimento fallido acabase así. He visto entonces alinearse los planetas; conmigo y de espaldas a mi pereza, y quizá también poniéndome una mano sobre los ojos y escribiendo con la otra por no querer mirar mucho tiempo qué había aquí dentro; dentro de esta caja que dejé abierta porque no tiene tapa y no se puede cerrar. Estaba en un rincón, debajo de la cama, escondida pero segura. Era como una de esas cosas que no puedes ni quieres tirar, pero que tampoco puedes tener muy a la vista...  me voy por las ramas.
El caso es que tenía que cerrar joder cerrar no, tenía que dejar un capítulo diferente como página principal, ya que se ha dado a entender que después del octavo todos fallecimos víctimas de varios posibles villanos, y los directores y productores no hemos querido que fuera así (pruebe mi presencia etérea dicha negación). Algunos de los finales alternativos para nuestra presencia en Göttham City podrían haber sido los siguientes:



  • Después de un mes de julio lluvioso y más bien frío, C.S. (los entendidos sabrán) nos invita a su casa por segunda vez. Armados de arroz y cucharas de madera llegamos a Herberhausen dispuestos a superar la primera visita al palacio. Al abrir la puerta, la señora S. nos recibe con hilo musical y salsa a todo tren. Nos metemos por el culo las cucharas de madera y los sacos de arroz y somos obligados a bailar hasta la muerte, por inanición o por estrés salsero, nunca se llegó a un acuerdo.
  • Después de un mes de julio lluvioso y más bien frío, la compañía Jägermeister GmbH dirige contra nosotros una operación secreta a cargo de sicarios colombianos por hacer de Jägerfuss la primera marca en ventas de licores orujianos en Alemania. Más tarde se descubre que la señora Merkel, accionista de la compañía, avaló nuestra matanza, pero la llegada de Mariano Rajoy al poder el 20 de noviembre paraliza la investigación y aquí paz, y después gloria.
  • Después de un mes de julio lluvioso y más bien frío, Juan Torroba contrae un virus de herpes zoster en extrañas circunstancias. Inocentes, dejamos que prepare una de sus sabrosas lasañas de domingo a manos desnudas. "Qué rica!" decía una, "Cojonuda, Juan" espetaba el otro. Es ese el sabor intrépido de la muerte. Víctimas de la resaca continuada, la insalubridad y hacinamiento de ATW Keller 10/001 y la falta de tiempo para ir al Klinikum por motivos de agenda, fallecemos cuando la enfermedad ya es irreversible cada uno en su casa, y Alah en la de todos. Juan Torroba es el único superviviente. Abandona su carrera y se dedica de por vida a tallar figuras de madera con nuestra imagen.
Pero no nos convencía, había algo que no cuadraba en todo esto. ¿Qué hay de extender el mensaje? ¿De qué sirve pasar tanto tiempo haraganeando por el mundo si no puedes contarle a tus paisanos todo lo que has hecho y por qué lo tienen que hacer? Y vaya si nos sufrieron. Unos más que otros, pero en general el descenso de la nave se hizo paso a paso y tomando buenas dosis de paciencia, y de muchas cosas más. Lo que sucedió en realidad fue que durante el mes de julio, que fue lluvioso y más bien frío; la cama fue cualquier superficie, dura o blanda, verde o gris; pública o privada (o concertada). Las horas se rompían de tanto estirarse y el día era perpetuo. Hubo siempre tiempo para todo, porque si no había, se fabricaba mientras se cocía la pasta. Muchos flashes en mi cabeza, pero no me da la gana bajarlos ahora hasta aquí no tendría sentido, no es que pierdan la gracia, es que cada uno sabe a los que me refiero. Los hubo con todos y de todos los colores, sabores, sensores, olores y sonores. Dejamos aquella ciudad, que acabó siendo un pueblo, con el pabellón y la cabeza tan altos que no podíamos ni caminar rectos. Nos tatuamos ese espíritu a fuego durante la vuelta al sur. Y no es que se vaya a quedar, es que ha desviado nuestros caminos por rutas que casi nadie sospechaba. Sobrevivimos no, supervivimos. Hicimos cambiar ese medio ambiente para adecuarlo a nuestra necesidad (los seres humanos somos antinaturales por naturaleza) y cuando fue nuestro nos lo llevamos a mil sitios diferentes. Pasamos un verano que en realidad a algunos (o a muchos) nos falta (¿quizá antes también y ahora nos faltan dos?) torrados al sol de agosto y quemados de la fricción del aire al frenar, unos más trastornados que otros, unos más raros que otros. Unos más vivos que otros. Muchos saltamos del tren cogiendo un avión y fuimos cayendo en diferentes lugares. Unos más muertos que otros. Algunos íbamos tan rápido que tardamos meses en reconocernos en nuestras casas y en nuestra gente; hasta en nuestros espejos. Algunos volvimos a sitios que queríamos desfigurar antes de reconocerlos y de reconocernos dentro de ellos. Algunos cambiamos para seguir siendo los mismos. Algunas cosas se echaban de menos y para algunas otras hubieran pasado mil años antes que volver a quererlas cerca. Algunos estábamos demasiado ocupados en saber quiénes éramos ahora después de este porrazo en la cabeza. Pero todos volvimos, incluso los que se quedaron. Vivos, ¿sanos?, y dispuestos a seguir dando guerra. Digerimos las primeras comidas con extrañeza y gula. Y dimos paseos por lo que un día fue nuestro territorio, en el que había que dar con los codos para volver a estar.
Siempre hay cosas que se vuelven a ver con cierta ternura: como la universidad española. Ese compromiso con el trabajo bien hecho por parte de todos, esa cafetería con variedad de ácidos grasos saturados, ese profesor que te dice que la respuesta está en su libro... O como el sonido de la calle; la socarronería de los taxistas de ventanilla bajada, con gritos siempre en las fauces y manos en el claxon, ese saludo fascista desde un coche con jóvenes simpatizantes de Rajoy; ese momento en que te encuentras otra vez con una choni de lazo rosa y melena oxigenada, o aquel en el que la cajera del super mascadora de chicle te pregunta si quieres un bolígrafo solidario. Siempre hay cosas que hacer de verdad: como reengancharse a la gente que ha quedado y con la que vas recordando quién eras, y dónde estás; o como volver a ser estudiante... Digamos, pues, que cosicas, unas cuantas teníamos que hacer antes de saber que habíamos vuelto. Fue un trance, el más largo y extraño de la vida. 
Y ahora nos encontramos aquí. Algunos con una nueva habitación de cama de doble colchón (uno encima de otro, no penséis que soy un señorito) porque nos clavamos los muelles. Debajo un somier prefabricado con listones falsos de madera, y debajo muchas cajas, donde tengo un poco de todos vosotros. Una de esas cajas, como he dicho antes, era esta. ¿Qué hemos aprendido? que si te vas un año de tu país no hagas un blog pensando que vas a actualizar cada día, ni siquiera cada semana, ni cada mes, tu blog será ese lugar al que hablarle cuando te pique la nariz. Göttingeando es un fracaso en ese sentido, pero estoy orgulloso de él porque ha sido lo que tenía que ser, un sitio que se hacía cuando tenía que hacerse y gracias a todos los personajes que inspiraron a este su escribiente. Podría haber sido mucho más, pero, todos lo sabéis, me puede el sentido de la obligación (por eso nunca llegaré a presidente). 
No tendría sentido seguir escribiendo aquí, aunque no lo descarto, porque no me gusta descartar. Llevaré siempre a cuestas el espíritu de Göttham City, nuestra Göttham City, aquella en la que nadie más que el que lo haya sabido podrá estar. Todo lo que dijera sería poco (y en diciembre ya no me acuerdo de muchas cosas, coño). Vuelvo a meter esta caja abierta debajo de la cama, a criar polvo y a que se haga añeja. 

Saltamos del tren, pero seguimos en marcha.
Saltamos del tren, pero cogeremos muchos más.

Capítulo 8.- Las idas y venidas


¿Volver? Vuelva el que tenga,
Tras largos años, tras un largo viaje,
Cansancio del camino y la codicia
De su tierra, su casa, sus amigos.
Del amor que al regreso fiel le espere.
Mas ¿tú? ¿volver? Regresar no piensas,
Sino seguir siempre adelante,
Disponible por siempre, mozo o viejo,
Sin hijo que te busque, como a Ulises,
Sin Ítaca que aguarde y sin Penélope.
Sigue, sigue adelante y no regreses,
Fiel hasta el fin del camino y tu vida,
No eches de menos un destino más fácil,
Tus pies sobre la tierra antes no hollada,
Tus ojos frente a lo antes nunca visto.

Peregrino, Luis Cernuda.


Dos días de sol seguidos, de ese que calienta y quema. Pero en junio sigue habiendo días de tormenta por aquí. Hoy no ha salido el sol en todo el día y el aire estaba húmedo. Siempre hay una tormenta que te recuerda lo insignificante que eres, hay que joderse.


Parece que se lleven el tiempo cada vez que pensamos en octubre, hace ya 8 meses que cambiamos de techo y nos mudamos a vivir debajo de una capa de nubes. Nevó, llovió y era siempre de noche. De repente los días no se acababan nunca y hacía calor. Pero siempre hay tormentas que te recuerdan que lo que hoy es día volverá a ser noche, y tú ya no estarás aquí para verlo otra vez. Tú, con toda tu circunstancia.


Un año, un ciclo completo de tiempos, luces y sombras, nubes y claros, vientos y calma. Suficiente tiempo para que pase algo dejando huella, pero demasiado poco para vivir de él. Suficiente tiempo para aprender que tienes mucho que aprender todavía. Demasiado poco para tenerlo todo.


Huele a final detrás de cada esquina, cuelga de cada conversación. 
Se evita porque asusta mirar allí un año después, desde lo lejos. ¿Demasiado tiempo? o ¿demasiado poco? 
Sería irresponsable no afrontar el final con o sin cabeza. El final indica sólo una fecha, hacia la cual hay que acelerarse, con el sol en la cara; nunca frenarse, ni prohibirse. 
Afrontar los finales como finales es absurdo. Hace que lo que haya terminado no haya tenido sentido. Los finales son puntos de partida, son momentos de cosecha de los que recoger frutos para el futuro, de tomar lo que está bien y aprender de lo que ha ido mal. Los finales dan estructura a la vida y encuadran el tiempo en etapas. Si se toman como finales nada habrá hecho falta y todo habrá sido en vano. 
A veces los mejores libros empiezan por el final.


Y mientras vamos y venimos. Y el sol sigue saliendo a las 4 de la mañana, indiferente ante todo. Vaya un cobarde cabrón escondido entre nubes. Y mientras ruedan las maletas cuesta arriba y cuesta abajo, llenando la ciudad de lágrimas de miedo ante lo que está por venir o de tristeza por lo que se ha dejado atrás. Vienen, y se van. Venimos, y nos vamos. Sólo hay que llenar el hueco entre la coma y la "y" tanto como sea posible. 




Y después venimos todos nosotros. Con nuestros más y nuestros menos. Con la maleta cargada de cambios y momentos. También tendremos que cruzar la línea entre este mundo y la vida anterior. Siempre andamos ciegos ante la incertidumbre, somos demasiado pequeños para seguir sin mirar atrás. 
Habrá que saber levantar el campamento para hacer que esto perdure para siempre y no se quede en algo demasiado perfecto para ser real.

No es demasiado tiempo. No es demasiado poco. El tiempo es siempre suficiente
Los segundos nos miran descarados al pasar. Que arda hasta el último de ellos.

Capítulo 7.- Berlin von Falkensteinstraße


"Sr. Kröter! Estoy por tierras nazistoides, y pienso que sería una pena no disfrutar de, al menos, una noche apoteósica en la intimidad de unas cerves de medio litro y unos hierbajos de la risa, si se tercia, for example. ¿Por qué no te vienes viernes o sábado? María y yo te esperamos con el frío entre los brazos. Di-nos, CHUSSS!!!"
Hace ya un tiempo recibí este mensaje en clave, viajó a través de los conductos de entrerred y llegó a mi caralibro ipso facto. Dicho y hecho, me embarqué en un mitfahrgelegencoche y tras conversaciones de trascendencia nula pero entretenidas con el mitfahrgelegenconductor, y tres horas de viaje por las autobahn llegué a la capital del Reino de la señora Merkel: Berlin.

Perro y Sans @ Alexanderplatz



La primera visita a Berlin fue fugaz, tras una noche de fiesta y viajes en tren. Aún así llegar a la Hauptbahnhof y ver esa enorme plaza desierta me dio una idea de lo que iba a ser la ciudad. Poco después me encontraba en la Puerta de Brandenburgo con una concentración festiva para celebrar el triunfo de Sebastian Vettel en el campeonato del mundo de F1, con RedBull quemando gomas a tope incluido. Reencuentros y bratwurst en Potsdamer Platz aparte, moría a cada paso que daba y no me quedó otra que emborracharme como un perro para sobrevivir y conocer la noche berlinesa. Craso error, caí al poco tiempo preso de mi alcoholismo, y los circuitos de mi memoria se borraron dejándome como un gorila borracho en un pub llamado Zapata; pidiendo un taxi para alcanzar un albergue al que no recuerdo llegar, pero que se encontraba a poco más de 300 metros.

Esta segunda visita, aunque breve fue más cercana a la ciudad y a los dos seres que en ese momento la poblaban: los autores del mensaje en clave, Perro y Sans.
Uno llega a la gran ciudad preguntándose muchas cosas. Aún recuerdo la primera vez que fui a Madrid desde mi pueblo: ¿cómo va a ser eso? y media hora después tenía un lago de luces amarillentas delante de mis ojos, que rodeaban todo lo que abarcaba mi vista. Impresiona, es la primera vez que te sientes realmente insignificante, pero a la vez atrapa; cuántos lugares nuevos que ver, cuántas esquinas que doblar, cuánta gente que ver pasar.
Ahora llegaba a Berlin desde una ciudad pequeña y me preguntaba algo parecido: ¿qué va a ser Berlin? Imaginaba anchas avenidas con restos de la guerra, imaginaba una ciudad aún dividida por la ideología y los muros. Es imposible pensar por primera vez en Berlin sin pensar en las columnas nazis desfilando por Unter den Linden ni en Kennedy ante el muro pronunciando su famosa frase "Ich bin ein Berliner!".
¿Qué es Berlin? Bueno, de entrada, es la capital más impredecible de Europa. Allá donde creas que una esquina se abrirá a una calle con bonitos edificios neoclásicos, habrá un callejón, y allá donde las vías del tranvía sugieran una calle empedrada, se abrirá una plaza.
Berlin es esa ciudad en la que los descampados se llaman parques y los parques se llaman jardines. Berlin es una ciudad en la que no existen los rascacielos, pero cuya torre de televisión de más de 300 metros sirve como epicentro para el perdido turista.

Fernsehturm
Ha sido el centro neurálgico de la más salvaje ideología del siglo XX, sometida y adornada con esvásticas por toda su geografía. Ha sido destruida por las bombas hasta los cimientos y reconstruida de la nada al poco tiempo. Ha sido después dividida, fragmentada en dos mitades por dos ideologías enfrentadas, siendo el ejemplo de la confrontación de los dos mundos; y ha sido reunificada y liberada por fin de batallas, resultando en una explosión de cultura y pensamiento libre.

Esto es lo que se ve desde Falckensteinstraße:
Berlin von der Falckensteinstraße, con casa con colorines y S-Bahn incluído

Es en Berlin donde una gran parte del suelo es aún un vacío entre edificios, una ciudad todavía en construcción, una ciudad que carece de unidad en su estilo y en su organización. 
Que nadie vaya a Berlin pensando que va a ir a Alemania. Berlin no es Alemania; Berlin es una contradicción. Es caos y tranquilidad; es desorden y amplitud; es desoladora y entrañable. 
No hay manera de visitar ni organizar Berlin al estilo de Paris, con una serie de distritos numerados en sentido horario desde el centro. Berlin no tiene centro. Es como si una explosión en el corazón de la ciudad hubiera mandado a cada punta del área urbana lo que uno tiene que visitar. No hay una referencia clara para el viajero como la Gran Vía en Madrid. Unter den Linden es sólo una avenida más. Pero la fragmentación de la ciudad hace que cada barrio tenga su atractivo diferencial.



Igual puedes cruzar el Spree por un puente de estilo soviético y aparecer en un mercado de artesanía que pasar por calles pintadas con graffiti y aparecer en un aeropuerto reconvertido en parque. Es Berlin una ciudad joven y de jóvenes. De todas las razas y colores. Una ciudad que obliga a crear. Una ciudad a la que parece que han agitado durante más de medio siglo para descorchar y sembrarlo todo de color, de arte urbano y de creatividad. Una explosión de libertad que la ha convertido probablemente en la ciudad más abierta del mundo.

Puente soviético sobre el río Spree



Rotes Rathaus (con verdaderas ratas) con la Fernsehturm de fondo

Paseamos por Kreuzberg, Friedrichshain, Schöneberg, Mitte... cada uno de su padre y de su madre, ciudades diferentes en un mismo puzzle. No hay nada más impresionante que atravesar las vallas de un aeropuerto que hasta hace pocos años seguía teniendo vuelos regulares, Tempelhof, y caminar por las pistas reutilizadas ahora para correr por ellas, para volar cometas o para lo que se le ocurra a cualquiera. Tal cual estaba, está. Llamado ahora Tempelhofpark, lo único que ha cambiado es el nombre. A un lado, la ciudad, y al otro, más ciudad, engullido por los edificios.

Tempelhof

Es posible visitar cervecerías en Berlin Este tal cual estaban antes de la caída del muro, con las sillas carcomidas por los años y batallas y paredes sembradas de recuerdos. Es un ambiente único. Y más si estás acompañado por un bosnio-alemán con historias que contar y dos seres como Perro y Sans.
Pasear por un "parque" es desolador. No hay árboles, sólo tibias sendas de grava entre las hierbas salvajes y construcciones aleatorias. Con una amplitud como no la tiene otra ciudad de Europa. 

Esto es un parque en Berlin

Las calles de Berlin huelen aún a pólvora, a Historia por cada rincón que pasas, es esa historia contemporánea que aún duele, no la Historia de un pasado imperial y voluptuoso. Es la Historia que nos ha hecho ser como somos hoy en día y de la que debemos aprender. Es una ciudad homenaje a la libertad y a la paz. Un monumento gigante contra la guerra.

Muchas más cosas se pueden encontrar en Berlin: una isla con la mayor concentración de museos de Europa; astronautas tan grandes como un edificio, iglesias a medio derruir, modernos centros como el Sony Center, edificios afilados como el que preside Potsdamerplatz o clásicos como el Bundestag. 
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Französisches Dom


Astronauta

Y qué mejor que acabar una visita a Berlin que con una conferencia de Garzón en un teatro hecho de madera, con una concentración de independentistas vascos a las puertas...

Visiten Berlin! Yo ya espero la siguiente!